Ricardo
Cabezas Martín
Candidato
socialista a la Alcaldía de Badajoz
Tribuna de opinión publicada el 6 de febrero en el diario HOY
Esencialmente
un alcalde debe ser el vecino más comprometido con su ciudad. Su obligación
consiste en defender los intereses de sus conciudadanos mediante la ejecución
de políticas locales que tengan por objetivo la mejora de su calidad de vida.
Definiciones podemos encontrar muchas. Realmente depende de cómo sea el
alcalde, así será su gestión, pues su impronta siempre se deja ver en las
acciones que pone en marcha. Considero que un alcalde debe ser mucho más que un
excelente gestor. Debe ser cercano, transparente en sus políticas, en
permanente consenso y consulta, certificando que euro gastado será euro
publicado, con los bolsillos de cristal, sensible a los problemas de toda la
ciudadanía y desde ahí marcar las prioridades. Si bien el interés general es
imprescindible, no lo es menos estar con los vecinos que peor lo pasan. Es un
mal alcalde el que no practica la autocrítica ni la humildad y siempre tiene
razón. Es un mal alcalde el que confía más en la propaganda que en cumplir sus
promesas a tiempo. El buen alcalde es el que hace importantes a quienes le
salen al paso.
Admiro
desde hace años a un alcalde de trato fácil que no está en política para
“filosofar”. Es António Luís Santos da Costa, más conocido como António Costa,
el alcalde de Lisboa, ciudad donde nació en 1961. Es alcalde desde 2007. Se ha
presentado tres veces a las elecciones y en las dos últimas consiguió mayoría
absoluta (pasó del 29 al 52% de los votos, dejando a la derecha lisboeta en el
22% en las elecciones de 2013). Con él, los socialistas volvieron a recuperar
la alcaldía de la capital de Portugal después de 31 años de continuas victorias
de una coalición conservadora.
Más
allá de los datos, los lisboetas tienen buenas razones para votar mayoritariamente
a António Costa. Indudablemente por su empatía, su capacidad de “leer” en los
demás. Por pasar más tiempo con los ciudadanos que en el despacho. Él mismo lo
dijo: “Si un alcalde solo habla con políticos se pierde algo esencial, que es
llegar a todo el mundo”. Tal vez por eso trasladó la mesa de su despacho del
Terreiro do Paço, donde está el ayuntamiento en la Baixa Pombalina, al barrio de
Largo do Intendente, en la Mouraría, una zona degradada por la droga y la
prostitución. Los vecinos han visto la transformación de su zona y han pasado
de la incredulidad en quien manda, a valorar a este político vocacional que
hace lo que dice. Ahora Intendente remonta como barrio de potente agenda
cultural, tiendas a la última, tabernas auténticas y, sobre todo, una vuelta de
vecinos que ven renacer una zona que daban por perdida. Y con los nuevos
habitantes han llegado los turistas mejor informados, esos que antes no
entraban como tampoco lo hacía la policía en algunas zonas.
Y
ciertamente no es un político convencional. Lo suyo no es pavonearse con los
logros alcanzados, a sus palabras les acompaña una reiterada autocrítica, algo
que desactiva a la oposición. Los presupuestos municipales (600 millones) son
participativos y han triplicado la cantidad que deciden los colectivos. Tras
poner en orden las cuentas es reconocible la rehabilitación que ha emprendido
de espacios urbanos y patrimoniales para preservar su historia, el plan contra
el paro juvenil, la creación de un fondo de emergencia social para ayudar a las
familias, más plazas en escuelas públicas, un subsidio municipal de alquiler
para colaborar con familias en dificultades para pagar o la potenciación de
Lisboa como destino turístico que la lleva a ser la novena ciudad del mundo que
más congresos celebra. Hoy Lisboa es una ciudad cosmopolita, una capital
intercultural, abierta y tolerante, que ha sabido aprovechar su notable
patrimonio para venderlo de la mejor manera posible.
António
Costa es el buen alcalde en el que fijarse. El alcalde que mira a los ojos, el
que pide el voto por merecerlo, el que se centra en las personas porque ellas
son el corazón de la ciudad. Es un regidor que crea esperanza, levanta ilusión
y genera confianza. Y todo desde el trabajo. Me cuenta un concejal suyo en el
Ayuntamiento de Lisboa que es un líder nato, sabe crear equipos y cómo
dinamizarlos. Que es perfeccionista, solidario, determinante y exigente: “que
como las cosas hay que hacerlas, hay que hacerlas muy bien”, suele decir. Un
socialista cuyo mayor capital, y lo sabe bien, es su receptividad, una
auténtica “esponja” de los mandatos de la sociedad civil que cultiva como
nadie. Todos, incluso sus adversarios políticos, reconocen en él a un hombre
muy trabajador, en constante hiperactividad.
La
política y los políticos tienen el dudoso honor de que la palabra promesa haya
sido sinónimo de mentira. Pues ha llegado el momento de cambiarlo, ha llegado
el momento de arremangarse y de recapitalizar la credibilidad y reputación y
tengo muy claro cómo se hace eso: predicando con el ejemplo, es la única manera
de ser un buen ciudadano, un buen vecino y un buen alcalde. Y de eso se trata,
de nada más.
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