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lunes, 25 de julio de 2022

Extremadura como entorno inmediato para la enseñanza y el aprendizaje. Índice y parte - 1

Los primeros días de junio de 2022 se celebraron en Guadalupe


(Cáceres) unas jornadas sobre la cohesión regional, organizadas por el Club Senior de Extremadura. El contenido de las ponencias y debates se encuentra recogida en el libro Extremadura. Identidad, Cohesión y Desarrollo, editado por el propio Club Senior, que puede ser adquirido en las librerías.

Os dejo, en cinco entradas sucesivas, mi aportación al libro, en el apartado sobre El papel de la educación como herramienta de cohesión.

Parte 1. Educación es un término polisémico.

Parte 2. Educación vs Enseñanza y Aprendizaje.

Parte 3. Qué y cómo reflejar Extremadura en la enseñanza.

Parte 4. Extremadura como contenido específico y contenido transversal en todas las áreas del conocimiento.

Parte 5. A modo de sugerencia señalo diferentes propuestas concretas.

 

Parte 1. Educación es un término polisémico.

Se me pide reflexionar sobre el papel de la educación para facilitar la cohesión regional como instrumento de desarrollo económico y social de la Extremadura, lo que significa mirar al futuro, desde el presente y el pasado. Empecé esta reflexión analizando el significado del vocablo “cohesión” que la RAE define como el grado de integración de la ciudadanía en su comunidad, y que la relaciona con la acción de adherirse o reunirse en torno a una idea, un concepto o un espacio común. Aparece, también, una expresión derivada al hablar de la “cohesión social” relacionada con la integración, participación, conductas compartidas, etc. Por ello, he optado por reflexionar sobre cuál sería el papel de la educación para encontrar esa idea o ideas comunes en la búsqueda de la cohesión social, que motive a los estudiantes a adherirse a este espacio común que llamamos Extremadura, que es en el que nos ha tocado nacer y vivir.

El término educación, como aquellos vocablos que se utilizan muy frecuentemente, tiene múltiples significados según el contexto o el foro donde se utilice. Es decir, es una palabra polisémica.

De esta manera podemos decir “Es una persona educada”, o recriminar una acción “Niño, ¿qué educación te han dado tus padres?”, relacionándola con ciertos comportamientos personales que admitimos convenientes o no, aunque no todos los entendemos de la misma manera. En esta línea, también podemos referirnos a “los problemas de la educación primaria o secundaria” y en este caso tendremos que precisar si nos referimos a los problemas de convivencia en los centros o a la relación conflictiva de los estudiantes con sus profesores, entre otras situaciones. Es frecuente que en el desarrollo de estos debates se indique “lo mal que está la educación entre los jóvenes actuales”, frase tradicional desde la época de Sócrates, en todos los periodos.

En otras ocasiones, relacionamos la educación directamente con los resultados académicos que identificamos con una calificación numérica y hablamos del fracaso escolar, sin tener claro a que nos referimos cuando utilizamos esta expresión. Por ejemplo, se dice “qué mal está la educación en España” cuando nos cuentan los resultados del informe PISA, que muy pocas personas han leído y estudiado, y del que los medios de comunicación suelen hacer un análisis sesgado lejos de la evaluación de los sistemas educativos que hace el propio informe. En este sentido, relacionamos la educación con los procesos de enseñanza y aprendizaje más que con comportamientos de personas.

Toda mi vida profesional me ha ocupado y preocupado la “Educación matemática” y puedo decir que hay perspectivas diferentes y, en algunos casos, contradictorias a partir del significado de cada uno de los dos vocablos educación y matemática, y de la integración de los mismos.

jueves, 14 de julio de 2022

El nacionalismo madrileño. Es lo que hay.

Publicado en HOY (16/07/2022). 

HOY 16/07/2022

Hace pocos meses estando sentado en una terraza de Madrid disfrutando de la libertad de tomar una caña, pero juntito a los de la mesa aledaña, pude oír, sin remedio, la conversación que mantenían dos autónomos madrileños sobre la situación política y económica. Eran lamentable los epítetos que profirieron contra los catalanes y vascos y, sin embargo, me llamó muchísimo la atención la “admiración” que manifestaban sobre sus dirigentes y la envidia de sus reivindicaciones como partidos nacionalistas, en pro de los nacidos en ambas comunidades y la marginación del resto.

Fueron numerosas las expresiones que señalaban el deseo de que los dirigentes madrileños tuvieran un comportamiento similar para defender a Madrid y a los madrileños con clara preferencia sobre el resto de provincianos, entre los que me encuentro. Incidían en la idea de que el gobierno y los demás españoles nos aprovechamos de Madrid y, por tanto, de los madrileños. Les faltó poco para coger como eslogan lo de ´Madrid para los madrileños` o ese otro de ´España nos roba`.

Desde que estudié la licenciatura en Madrid, hace algunos años, he vuelto con frecuencia porque, entre otras cuestiones, allí tengo lazos familiares. Siempre me había sentido como en casa y con la sensación de que la capital de España era una ciudad acogedora, donde ningún español podía sentirse forastero. Pasear por sus calles, disfrutar de sus museos y espectáculos, de sus actividades culturales y de ocio es una delicia, que durante tres o cuatro días te permiten tomar impulso para los avatares cotidianos.

Nunca me hubiera imaginado una conversación como esa en Madrid, como tampoco imaginaba que alguien pudiera reprocharnos al resto de españoles que nos aprovechamos de Madrid. Es un cambio lamentable que no acabo de asumir ni desde el punto de vista sentimental ni racional.

Desde el punto de vista personal es muy difícil estar en Madrid y no encontrarte con algún conocido o alguien de tu pueblo o tu ciudad. Somos muchos los que de una u otra manera hemos vivido allí en algún momento de nuestra vida. Incluso, ahora diría que somos numerosos los habitantes de otras regiones que tenemos allí a hermanos, nietos o sobrinos. Madrid es una suma de ciudadanos de todas las regiones de España y, por lo tanto, es una ciudad que forma parte de nuestras vidas.

Desde el punto de vista racional no hay que olvidar que en Madrid es la capital de España, lo que lleva aparejado que sea el lugar donde se concentran la mayoría de las representaciones de las grandes empresas, incluidas muchas dehesas, y donde pagan sus impuestos sobre los beneficios que han obtenidos de todos los ciudadanos, independientemente del lugar donde vivan. Cuando en Badajoz o Extremadura encendemos la luz, compramos un coche o echamos gasolina, adquirimos un mueble o ropa e, incluso, cuando tomamos una tapa de jamón es muy posible que alguna parte de esos impuestos que pagamos vaya para Madrid. Además, es donde se concentra la mayoría de las instituciones estatales que mantenemos todos y cuyos beneficios económicos repercuten, fundamentalmente, en la villa. Podría decirse que nosotros pagamos impuestos en Madrid, pero muy poquitos madrileños pagan impuestos en Extremadura y, menos, en Badajoz. Es obvio que desde el punto de vista económico y político no podemos sentirnos ajenos a lo que allí suceda y se decida.

Es como si la ola nacionalista o autonomista, en el mal sentido, se estuviera imponiendo y generando otro clima de convivencia, al menos, extraño para mí. Era evidente que mis vecinos de terraza sentían envidia de los independentistas vacos o catalanes, en la versión egoísta del nacionalismo. Creo que no hay versión buena.

Hace unos meses una serie de televisión sobre el nacimiento de ETA nos recordaba como ´el inglés`, uno de sus primeros ideólogos, reprochaba a los militantes obreros, que participaban en el movimiento de protesta contra la dictadura, que el nacionalismo no era cuestión de ideología y que habría que imponerlo como un elemento sentimental e irracional si deseaban su triunfo. Pues bien, sin la componente de violencia física y criminal propia de ETA, parece ser que los líderes madrileños actuales han asumido esta idea y nos hablan cada vez más del nacionalismo madrileño sin ningún pudor, e incitan a ello. De esta manera, a principio de mayo oí al alcalde de Madrid insistir por tres veces seguidas en la expresión “nacionalismo madrileño del bueno” para defender sus postulados. Es evidente que, a juzgar por los resultados electorales y el contenido de las conversaciones en las barras de los bares, esta idea está cuajando en la población madrileña. Pero tengo dudas que por un buen resultado electoral merezca la pena romper esa idea que muchos siempre hemos tenido de que en Madrid nos sentíamos como en nuestra casa.