Os dejo el artículo de Público (08/06/2020).
José Luis Úriz Iglesias. Exparlamentario y concejal del PSN-PSOE
Una de las pocas sensaciones que la covid-19 ha traído al ser humano, junto
a la recuperación del medio ambiente que ha dado un pequeño respiro al planeta,
ha sido el silencio.
Según diferentes informes incluidos algunos de la OMS y la ONU el ruido, la
antítesis del silencio, es una de las peores contaminaciones que afectan al ser
humano. Produce un daño a veces irreparable no sólo en lo físico, especialmente
en lo emocional y psicológico y también se ha demostrado científicamente que
ese daño incide igualmente en los animales e incluso en las plantas.
Hace varios años el Defensor del Pueblo de Navarra elaboró un informe, en
respuesta a las quejas de una vecina contra el Ayuntamiento de
Villava-Atarrabia. En ese documento además de dar la razón a esa vecina que se
quejaba de los ruidos producidos por una puerta metálica, incluía varios
estudios en los que diferentes organismos internacionales, entre ellos la misma
ONU, equiparaban al ruido con la tortura. Sí, sí, con la tortura.
Es cierto que hoy en día es casi imposible disfrutar del silencio. Un
silencio que te permita relajarte, reflexionar, leer, o simplemente mirar el
paso de la vida con un mínimo de tranquilidad. El silencio es salud al igual
que el ruido es enfermedad.
Incluso en los lugares más apartados es prácticamente imposible
disfrutarlo. La incivilización de nuestra sociedad actual, la falta de respeto
a los demás, a su derecho (inalienable según todos los expertos) al descanso
hacía imposible su disfrute.
La música a toda pastilla de los niñatos (y menos niñatos) que se creen
con capacidad de imponer ésta a los demás, los ladridos constantes de los
perros que en soledad esperan a sus dueños (es curioso ese empeño que tenemos
en sustituir a personas por animales), las motos y coches trucados que indican
la manera en que sus conductores se quieren "dar a conocer".
Incluso el indirecto, pero no por ello menos molesto del run run del
tráfico que a veces resultaba insoportable, estropeaban la posibilidad de
escuchar ese silencio reconfortante.
Si tuviéramos que valorar algo que nos faltaba antes de aparecer el virus era
la ausencia de sonidos estridentes y molestos. Pero no nos dábamos cuenta hasta
ahora, de que era uno de los bienes más preciados que nos lo estaban
arrebatando sin que hiciéramos nada por conservarlo. Hasta ahora.
Porque esta pandemia ha tenido la virtud de recuperar ese silencio casi
olvidado, que ha producido un efecto balsámico y curativo en otras sensaciones
crueles provocadas por el monstruo, como la angustia o el miedo.
Por eso al salir a la calle esa primera parte del confinamiento lo primero
que nos llamaba la atención era esa falta de ruido producto de la ausencia de
los humanos.
Pero lamentablemente lo bueno dura poco y con este bien no podía ser menos
y así las fases 0, 1, 2 y el lunes próximo 3 han ido trayendo poco a poco esa
tortura, que día a día vuelve a recuperar su efecto destructivo anterior.
El ser humano dicen que aprende rápido, pero quizás olvida más rápido aún.
Aunque cabría esperar que esta vez entre las enseñanzas que sacáramos de estos
difíciles tres meses, estuviera la de que por un lado deberíamos limitar al
máximo el nivel de ruido que generamos, especialmente en donde podemos incidir,
en lo privado y al mismo tiempo que tenemos que cuidar con más cariño a la
naturaleza.
¿Quién debía ayudar a conseguirlo? Sin duda la propia ciudadanía
recuperando viejos hábitos de respeto, pero si eso no es así y no parece que lo
sea, los poderes públicos, especialmente los Ayuntamientos que son los más
próximos a los ciudadanos, que deben poner medidas, educativas por un lado y
coercitivas por otro, para hacer que esto pueda ser realidad.
Un mundo en el que se pueda disfrutar del silencio o al menos solo con los
sonidos del trinar de los pájaros, el aíre al rozar las hojas de los árboles o
el murmullo de un torrente es muy difícil, quizás imposible, pero sí lo es
evitar que el ruido se convierta en una tortura. Hagamos algo para evitarlo.
Por ejemplo ahora que tanto se estilan diferentes campañas; ¿por qué no
poner en marcha una reivindicando ese silencio del que hemos disfrutado durante
unas semanas? ¿Por qué no llevar iniciativas a los diferentes Ayuntamientos
declarándoles zonas libres de ruidos?
¡Reivindiquemos el silencio, porque es salud!