En HOY (27/11/2019) publica una interesante reflexión sobre la moda de los partidos políticos de convocar consultas a la militancia para definirse sobre un determinado acuerdo que ha tomado la dirección previamente.
El artículo se titula Consultas plesbicitarias, y está firmado por Javier Tajadura, profesor de derecho constitucional de la UPV-EHU.
Lo venden como más participación lo que equivaldría a más democracia, pero esta relación no está tan clara. De hecho, a mí como militante se me pide el voto, pero no mi opinión y se me hurta la posibilidad de debatir acerca de las ideas que sustentan el acuerdo.
Os dejo el texto.
"CONSULTAS PLEBISCITARIAS
No son un procedimiento democrático para controlar un
acuerdo alcanzado en el seno del partido, sino un simple instrumento de
legitimación del líder
JAVIER TAJADURA. Profesor
de Derecho Constitucional de la UPV-EHU.
El sábado pasado los afiliados al PSOE fueron
convocados a una consulta en la que debían responder a esta pregunta: «¿Apoyas
el acuerdo alcanzado entre el PSOE y UP para formar un Gobierno progresista de
coalición?» Participó el 63% de la militancia y el 92% dio una respuesta
afirmativa. UP ha organizado otra consulta similar que concluirá hoy. El lunes,
ERC celebró otra en la que se preguntaba acerca del rechazo a la investidura de
Sánchez de no alcanzar antes «un acuerdo para abordar el conflicto político a
través de una mesa de negociación». El 95% de los votantes respaldó el rechazo
a permitir la investidura de un Gobierno PSOE-UP a no ser que Sánchez ceda a
las demandas antidemocráticas de crear una mesa negociadora al margen del único
foro en el que los catalanes deben resolver sus problemas: el Parlamento. En el
caso de ERC es evidente que la única finalidad de la consulta y de su
alambicada pregunta es presionar a Sánchez.
Distinto es el significado que cabe atribuir a estos
procesos en el PSOE y en UP. Ambos partidos argumentan que se trata de dar voz
a los afiliados y que, por lo tanto, las consultas son un instrumento de
profundización democrática. Sin embargo, cuando se comprueban sus efectos, nos
encontramos con que se trata de prácticas que erosionan y debilitan gravemente
el carácter democrático de los partidos. En primer lugar, se trata de una
práctica plebiscitaria dado que los afiliados no se pronuncian realmente sobre
ningún programa de gobierno. El pacto alcanzado en unos minutos por Sánchez e
Iglesias para repartirse el Gobierno no se ha traducido hasta ahora en ningún
tipo de acuerdo programático concreto y detallado. Desde esta óptica, las
consultas solo pueden ser concebidas como un plebiscito a favor o en contra del
líder que las convoca. Su principal finalidad es por tanto reforzar el poder
–ya de por sí casi omnímodo– que ejercen los dirigentes de los partidos.
Reforzamiento que resulta muy poco democrático.
En segundo lugar, y como consecuencia de ello, las
consultas solo formalmente son democráticas puesto que no concurren los
presupuestos materiales de un proceso democrático: la deliberación y el debate
racional sobre las distintas opciones en juego. Hasta ahora ningún afiliado
socialista conoce las razones por las que a su secretario general ya no le
quita el sueño la eventual presencia de miembros de UP en el Consejo de
Ministros. En el seno del PSOE no ha habido ningún debate digno de tal nombre
sobre las distintas alternativas existentes para la formación de un Gobierno.
En el caso de UP, su militancia ignora el verdadero alcance de las cesiones que
será necesario hacer para formar parte de un Gobierno cuya vicepresidencia y
dirección de la política económica correspondería a una persona a la que hasta
ahora atribuían todas las maldades del neoliberalismo (Nadia Calviño).
No ha habido debate ni discusión alguna porque no eran
necesarios. Porque las consultas no son un procedimiento democrático para
controlar un acuerdo alcanzado en el seno del partido, sino un simple
instrumento de legitimación plebiscitaria del líder. Ahora bien, si en el caso
de Podemos, en última instancia, estas prácticas pueden resultar coherentes con
su ideología, en el caso del PSOE, resultan absolutamente incompatibles con
ella. Fue un diputado socialista (del Partido Socialista Popular que luego se
integró en el PSOE), el profesor Enrique Tierno Galván quien promovió y logró
la aprobación de una enmienda al actual artículo 6 de la Constitución que
regula los partidos políticos, estableciendo que «su estructura y
funcionamiento deberán ser democráticos». El funcionamiento de los partidos
tiene que ser democrático, y como la única democracia posible es la
representativa, los partidos deben organizarse conforme a ese esquema. Esquema
incompatible con el establecimiento de una relación directa entre los afiliados
y el líder. Los afiliados deben escoger a órganos de representación (en el caso
del PSOE, su Comité Federal) como únicos sujetos legitimados para adoptar la
política de alianzas y acuerdos y para seleccionar a sus máximos dirigentes. El
PSOE hoy ha abandonado ese modelo.
En definitiva, las consultas celebradas estos días en
el PSOE y en UP con ropaje democrático encubren prácticas autoritarias y
caudillistas. Y no es exagerado afirmar que en este perverso diseño y
funcionamiento –claramente antidemocrático– de los partidos políticos reside la
causa última de la inestabilidad política que padecemos. El bloqueo político es
la lógica consecuencia de unos partidos en los que la voluntad de los líderes
plebiscitados por los militantes se impone a la de los órganos colegiados
representativos de deliberación y decisión política. Órganos que formalmente
existen pero que están tan muertos como lo estaban las instituciones
republicanas en la Roma imperial. Órganos en los que la discrepancia y el
debate brillan por su ausencia.
Cuando, en el seno de esos órganos, alguien se atreve
a discrepar como ocurrió en Ciudadanos por el veto de Rivera al PSOE, la
respuesta del líder no pudo ser más clara y contundente: el que no esté de
acuerdo conmigo que funde otro partido. Parafraseando al más insigne representante
del absolutismo político, sólo le faltó decir: el partido soy yo.
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