Artículo de opinión publicado en HOY el 2 de junio de 2011 |
Estoy recopilando mis artículos publicados en HOY y
en EL País que voy colocando en este blog en el desplegable “Artículos de
opinión, en HOY y en El País”.
Normalmente, los cuelgo directamente pero he querido
poner este en el blog porque fue una reflexión cargada de indignación y de esperanza,
hace unos seis años, cuando las protestas del 15M o similares tenían mucho
sentido.
Se publicó el 2 de junio de 2011, en HOY. Os lo dejo por si lo queréis leer. Muchos de los que
estaban en las plazas ya están colocados y ahora tendríamos que indignarnos
contra ellos.
“Probablemente
sea de los pocos políticos románticos que todavía siguen creyendo en las
ideologías o, al menos, en que hay diferentes visiones sobre lo que pasa en el
mundo y sobre qué podría hacerse. Esto sucede en muchas facetas de la vida.
Así, en la música o el arte, manifestamos diferentes tendencias que unas veces
permanecen y otras no. En ocasiones se funden con otros movimientos surgiendo
nuevas formas de pensamiento o expresión.
Soy
de los que siguen pensando que todavía tiene sentido hablar de derecha y de izquierda,
aunque es verdad que ahora es más difícil marcar los límites. Ante la pobreza
y/o la injusticia, ante las desigualdades sociales y territoriales, ante la
distancia entre los mundos numerados, se dan causas y se realizan propuestas
diferentes según la visión que adoptemos. Otra cosa sea la situación confusa y
apática a la que nos está llevando la crisis social, cultural y económica en la
que estamos o las respuestas inmediatas para salir del paso.
Y me
viene esta reflexión a propósito del comentario que oí cuando estaba en el
colegio electoral para votar el día 22 de mayo. Entraba a mi lado una pareja de
jóvenes y se preguntaban a quien iban a votar. El chico, con seguridad, mostró
su pensamiento: «Da igual votar al PSOE que al PP, porque son iguales». Me
entristeció esta reflexión, compartida por muchos ciudadanos, porque refleja
una situación de rechazo a la actuación de los políticos.
Es
evidente que no culpo, de esta situación, a la pareja ni a los que así piensan,
como tampoco culpo a mis alumnos cuando no soy capaz de comunicarles mi
entusiasmo por la enseñanza de las matemáticas. Y, es por ello, que la pregunta
debe ser similar en ambos casos: ¿qué estamos haciendo mal para que no seamos
capaces de transmitir un mensaje que consideramos con principios y valores
diferenciados? ¿Por qué nos da miedo identificarnos con unos principios
ideológicos que aceptamos como válidos? Me niego a pertenecer al mundo del
pensamiento único. 'Que paren el mundo que me bajo', decía uno de esos grafitis
tradicionales.
Pero,
también, existen otras corrientes de opinión y acción. Así, la protesta juvenil
de estos días me ha vuelto a llenar los pulmones de aire fresco. No les gusta
el camino ni la marcha de la sociedad actual, y quieren participar en las
cuestiones que les afectan, sobre todo porque se trata de su futuro. Es decir,
quieren que se tenga en cuenta su opinión, su participación y por ello están
dispuestos a manifestarse. Dan muestra de solidaridad entre ellos, son capaces
de aguantar las provocaciones, de elaborar un discurso con argumentos que no
podemos refutar pero que nos molesta porque cuestionan la sociedad que les
estamos dejando. Y, sobre todo, lo que ha puesto de manifiesto es que hay una
fractura entre las normas y directrices de los dirigentes de la sociedad actual
y los sentimientos y propuestas que surgen del colectivo juvenil. Me gusta que
los jóvenes sean rebeldes y lo manifiesten. «Me gustan mis errores y no quiero
renunciar a la libertad maravillosa de equivocarme», indica otra frase de
Charles Chaplin que cuelgo en mi despacho como recordatorio permanente.
Dos
situaciones que reflejan un mismo sentimiento aunque con dos actitudes
diferentes que manifiestan cierto inconformismo. Una de resignación y otra de
rebeldía. Es evidente que me quedo con esta última.
No sé si es la crisis o más bien la gestión de la crisis pero la situación es
que vivimos un momento con una mínima participación social. Y lo que es más
grave, en numerosas ocasiones se promueve, manipula y orienta desde las
instituciones con un sentido claro de control. Hemos llegado a una situación en
la se va a votar como una costumbre social más que como una acción para
promover el cambio o el deseo de que prevalezca un programa o unas ideas que,
entendemos, son las más adecuadas para nuestra comunidad. En cierto sentido se
ha perdido ilusión y confianza en que las cosas pueden ser distintas. Es como
si la crisis nos hubiera aplastado.
En
estos días digo que estoy indignado, pero también comparto con S. Hessel que la
indignación debe ir acompañada de compromiso. El inconformismo y/o la
indignación deben llevarnos a profundizar y clarificar el mensaje que queremos
transmitir. Analizar cuáles son los principios básicos que aceptamos y cuáles
no, y sobre los que basaremos nuestras acciones. Buscar los caminos de la
colaboración más que los de la confrontación. Encontrar redes que nos permitan
comunicarnos con los diferentes componentes la sociedad del siglo XXI, y que
nos permitan ilusionar y convencer a través del discurso y el trabajo más que
desde el engaño o la prebenda. Y, ello sólo es posible desde el compromiso
generoso sin tener en nuestra cabeza posibles recompensas. Creo que ello es
necesario si queremos tener un futuro esperanzador. Como decía al inicio, un
político romántico.
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