Los vanidosos y el espejo del 78. Juan Carlos Rodríguez Ibarra.
El País, 26 de enero de 2017
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"Es alarmante el desmedido afán de algunos por querer difuminar los mejores 40 años de la historia reciente y borrar a una generación entera ensuciando la imagen y el prestigio de todos aquellos que contribuyeron a traer la libertad".
"Tratar de superar a aquella generación
sería el noble desafío y el mejor de los deseos de los ciudadanos. Intentar
desacreditar a quienes consiguieron que hayamos llegado hasta aquí en paz y con
un progreso inimaginable hace 40 años es un acto de irresponsabilidad, además
de una tremenda injusticia".
El diario El País (26/01/2017) publica un artículo de Juan Carlos Rodríguez Ibarra en el que hace una interesante reflexión sobre el afán de algunos de desacreditar a una generación que le tocó liderar la transición de una dictadura a un democracia. Y, con todas las críticas que podamos hacer siempre será mejor la época que vivimos que aquella negra de la dictadura.
Al margen de algunas consideraciones que pudieran hacerse y que podrían matizarse o no estar de acuerdo, hay que admitir que uno de los deportes nacionales de actualidad es meterse con todos los políticos y, especialmente, con aquellos vivos que hicieron posible la transición. Cada vez tengo más claro que el espíritu del programa Sálvame se ha extendido y cada vez con más fuerza.
Os transcribo el artículo:
Los vanidosos y el espejo del 78
Juan Carlos Rodríguez Ibarra. El País, 26 de enero de 2017
En el cuento de los hermanos Grimm, la
Reina Malvada solía preguntarle a su espejo:
-
Espejo, dime una cosa, ¿qué mujer de
este reino es la más hermosa?
Y el espejo mágico le contestaba:
-
Usted es la mujer más hermosa de este
reino y de todos los demás.
Así suele pasar en el seno de la
política española actual. Hay personas que se creen las más bellas del universo
y diariamente se miran a los espejos para descubrir que ellos son los más
hermosos del actual reino.
En ocasiones, sus asesores y adláteres
les preparan esos espejos con inclinaciones hacia atrás y un exceso de
convexidad, para que cuando se miren se vean más altos y esbeltos, al estilo de
lo que ocurre en los gimnasios o en las peluquerías. Se trata de que al mirarse
se reflejen tal y como desearían verse. Y quieren verse como triunfadores,
ganadores, descubridores de una nueva nación que, por lo visto, estaba
esperando que llegaran ellos para deleite de los ciudadanos que en ella
vivimos. La frustración aparece cuando llegan unas elecciones generales y
desaparece el efecto gimnasio, porque el espejo en el que tienen que mirarse es
en el viejo espejo que colgaron en el trastero. Y ya no se ven guapos, ni
esbeltos, ni atléticos.
Cuando desaparecen los trucos y los
asesores, ese espejo casero, el de la generación del 78, plano, pulido y a
medio ensuciar, les devuelve una imagen virtual, es decir, vana. Y vano es lo
que carece de sustancia. Y, por eso, cuando esos resultados electorales o
económicos o sociales los reintegran a su mediocridad, acuden enervados al
espejo mágico para volver a hacerle la pregunta de siempre. En esos casos, el
espejo responde:
Cuando los Catelyn Tully o las Sansa
Stark de los Juego de tronos de turno
ardieron de celos por su fealdad, ordenaron la caza y exterminio de esa generación
en cuyos espejos no gustaba mirarse porque aparecían siempre horrorosos. Los
del 78 habían hecho una Constitución que posibilitó el paso de un Estado
autoritario, unitario y centralista a otro democrático, descentralizado y
reconocedor de los hechos diferenciales y de las distintas lenguas que
conforman España. Esa Constitución, que los vanidosos quieren sepultar o
difamar, fue la medida exacta de lo que interesaba a los españoles de aquel
tiempo. No fue la correlación de fuerzas la que dio la medida del texto sino la
conveniencia de no pasarse ni por un extremo ni por otro. Un paso más a la
izquierda que diera mayor lustre a los progresistas o un paso a la derecha que
diera satisfacción a los conservadores hubiera significado el triunfo de una
parte de España sobre la otra, volviéndose a repetir la historia de las dos
Españas.
Los del 78 actuaron como lo haría un
joven demócrata que no tiene pasado y solo piensa en construir su futuro. No se
quiso juzgar el pasado para que no se demorara la llegada del futuro de
libertad.
Es comprensible que la generación actual
trate de comportarse como adultos demócratas, mirando al futuro y examinando el
pasado. Y tienen todo el derecho a corregir, completar o eliminar lo que se
hizo. A lo que no tienen derecho es a romper ese espejo que tanto les altera.
Y, por eso, resulta tan alarmante el desmedido afán de algunos por fulminar
todo lo relacionado con el entorno del 78 y por querer difuminar los mejores 40
años de la historia de España desde que España es un Estado. Basta poner un
poco de atención para percibir que el objetivo de hoy es borrar esa generación
ensuciando la imagen y el prestigio de todos aquellos que tuvieron un
protagonismo lleno de aciertos, sentido de Estado y capacidad de sacrificio,
empezando por el rey Juan Carlos I, pasando por Felipe González o, más
recientemente, por Juan Luis Cebrián, tres figuras del 78 como tantas otras,
que con sus aciertos o errores, sufren el acoso, no porque lo merezcan, sino
por el único y exclusivo fin de desprestigiar todo lo que huela a éxito, a
triunfo, a esfuerzo y a sacrificio. Podemos llenar libros enteros con la obra
de quien supo renunciar al absolutismo para ser el Rey de todos; de quien
modernizó un país convirtiendo a los españoles en ciudadanos; de quien hizo de
la nada un gran periódico, envidia de medio mundo. Y ahora, sí. ¿Qué han hecho,
hasta ahora, quienes tanto desprecio atesoran?
Si la mediocridad decidiera respetar lo
hecho, España saldría ganando y los españoles fortalecidos. Los del 78 nunca
tuvieron que esperar más de dos meses para formar Gobierno tras el veredicto de
las urnas. Ahora, desde el viejo cuarto trastero, sonrieron ante la impotencia
de quienes fueron incapaces de articularlo en un año. Aquellos viejos Gobiernos
condujeron al país por los infranqueables Pirineos, abriendo caminos que nos
condujeron a la ansiada Europa que, por entonces, se conformaba como un gran
proyecto que ha permitido que los europeos llevemos 66 años sin guerras
civiles. En ese club, iniciado por seis países, al que nos incorporó la
generación del 78, fue creciendo hasta sumar 28 Estados miembros. Hoy, esa
generación observa cómo Reino Unido ha iniciado su proceso de separación con la
esperanza de que le sigan otros para romper la mejor obra que se pudo hacer
tras dos terribles guerras mundiales.
Esa generación, que creó el mercado
único, que cosió las cicatrices que constituían las fronteras interiores, que
eliminó monedas nacionales para sustituirlas por otra común para todos, siente
temor de que la mediocridad de quienes pretenden acosarlos y sepultarlos acabe
cerrando fronteras con muros y barreras proteccionistas, discriminando a los
demás que no sean de su piel, de su nacionalidad o de su religión.
Después de una dictadura de 40 años,
donde quedaron secuestradas las libertades y se levantó el freno de mano para
detener definitivamente las identidades diversas que nos enriquecen, la
generación del 78 consiguió bajar ese freno para que, desde la diversidad,
construyéramos juntos un gran país democrático y descentralizado. Supimos
entender las diferencias y supimos convivir en la unidad con la diversidad.
Quienes tratan de acosar o enterrar a las figuras más preclaras de aquella
generación no son capaces de encontrar la fórmula que permita a España seguir
siendo un Estado único, alejado de conflictos secesionistas.
Tratar de superar a aquella generación
sería el noble desafío y el mejor de los deseos de los ciudadanos. Intentar
desacreditar a quienes consiguieron que hayamos llegado hasta aquí en paz y con
un progreso inimaginable hace 40 años es un acto de irresponsabilidad, además
de una tremenda injusticia.
Y
por eso, levanto mi voz contra la infamia que practican quienes tienen todo por
demostrar.
Juan Carlos Rodríguez Ibarra fue presidente de
Extremadura entre 1983 y 2007.
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