En HOY de hoy, 26 de
diciembre de 2016, se publica un magnífico artículo de Alfredo Álvarez García,
Director de la Comisión para la promoción del Museo de la Ciencia en Badajoz y
Profesor Titular de la Escuela de Ingeniería de Industriales, de la Universidad
de Extremadura.
Con el título de Pisa y los Museos de Ciencia y Tecnología,
reflexiona sobre la importancia de la divulgación de la ciencia, como paso
importante para motivar a su enseñanza y aprendizaje.
Artículo de Alfredo Álvarez, en HOY 26/12/2016. Pisa y los Museos de Ciencia y Tecnología |
PISA Y LOS MUSEOS DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA
ALFREDO ÁLVAREZ GARCÍA PRESIDENTE DE LA COMISIÓN DE LA RSEEAP PARA LA
PROMOCIÓN DEL MUSEO DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA DE BADAJOZ
HOY, 26 diciembre 2016
A fecha de hoy creo que ya se ha dicho todo lo vendible sobre el último
informe PISA que, más o menos, viene a decir lo mismo que los anteriores: que
el nivel de competencia de nuestros alumnos extremeños de quince años, en los
tres campos evaluados (Comprensión Lectora, Ciencias y Matemáticas), sigue
siendo el mismo que en las anteriores ediciones, y que es en torno a 20 puntos
inferior a la media de España. A efectos prácticos téngase en cuenta que 30
puntos es para la OCDE la medida de las competencias adquiridas en un curso
académico. Si usamos esta comparación con los alumnos madrileños o navarros,
resulta que los nuestros llevan un año y medio de retraso.
Las primeras evaluaciones que se hacen de
este tipo de resultados suelen ser económicas. Las diferencias entre regiones
ricas y pobres se esgrimen como causa (o quizás excusa) de primera mano cuando
se analiza el problema. Sin embargo esto no debería admitirse como argumento
causal porque entonces nada podríamos hacer para ayudar a nuestros jóvenes, ya
que las diferencias económicas no se van a arreglar a corto plazo. Y además no
es del todo determinante esta correlación: el País Vasco, por ejemplo, es rico
e invierte en educación considerablemente más que nosotros y sus resultados no
han sido buenos, mientras que Navarra, con similares niveles en inversión
educativa que ellos, ha destacado en el informe de este año. Hay algo
diferencial más allá de lo económico, de lo que se invierte. Tal vez sea cómo
se invierte.
Vamos a poner algún aumento más sobre el
portamuestras para observar con más detalle.
Si partimos de la hipótesis de que
nuestros jóvenes no son más tontos que los navarros, cabe preguntarse en qué
otra parte de la cadena educativa está el problema (observe, amable lector, que
el que escribe no pretende en ningún caso buscar culpables, sino indagar
soluciones). Descartados los alumnos, el siguiente eslabón del que cabría
sospechar es el que corresponde a los profesores de las primeras etapas
educativas. Pero tampoco creo que nuestros profesores estén peor formados que
los navarros; es más, aseguraría que si aquéllos se intercambiaran con los
nuestros, los resultados no se invertirían significativamente. Entonces
deberíamos pensar que son los medios, los recursos, los que marcan la
diferencia, y esto puede ser así, pero con matices. Si, por ejemplo, queremos
aumentar la comprensión lectora es evidente que hemos de disponer de libros
para que el alumno lea. Esto son los medios, y no son muy caros (un libro nunca
es caro). Ahora bien, el alumno debe estar motivado a leerlos para madurar su
comprensión lectora y si su única motivación es que le obligan a hacerlo, tenga
usted por seguro que lo hará mal o no lo hará. Y esta idea es extrapolable a
cualquier disciplina.
Del ejemplo anterior parece deducirse que
el problema estriba precisamente en la falta de motivación como recurso social.
Si me permiten el símil, tenemos los mismos reactivos que el resto de
comunidades pero nuestra reacción es más lenta y cuando eso ocurre es porque no
se tienen los catalizadores adecuados. Estos catalizadores no son otros que los
recursos externos necesarios para mantener fuera de las aulas un cierto interés
colectivo por determinadas materias.
Pensemos en el área científica y
matemática. ¿Hay algún índice que nos haga pensar que en las regiones del norte
el interés colectivo por estas materias es superior al que tenemos en nuestra
comunidad? La respuesta es un rotundo SÍ. Si colocamos en el mapa de España los
grandes centros de divulgación científica (museos de Ciencia, Tecnología y
similares) nos daremos cuenta de que hay un vacío absoluto (lean la palabra
absoluto con toda su vertiginosa literalidad) desde el paralelo que cruza
Madrid hacia el sur y desde el meridiano que cruza Granada hacia el oeste. Es
un vacío que cubre un área de alrededor de 50.000 kilómetros cuadrados, casi
una cuarta parte de la superficie de la península, en cuyo centro estratégico
se sitúa la ciudad de Badajoz. En este territorio, a diferencia sobre todo del
cuadrante noroccidental de la península, no existe el catalizador que supone la
actividad permanente de difusión, formación y actualización que oferta este
tipo de centros. En aquellos entornos se pone al alcance de los estudiantes continuas
actividades (concursos, talleres, foros recreativos, etc.) que mantienen su
atención más allá de las aulas. Y algo tan importante como esto: las familias
de esos jóvenes y el resto de la sociedad se involucran igualmente en estas
actividades, lo que eleva sin duda el nivel cultural general de esas
comunidades.
Desgraciadamente, en la nuestra esto no ha
sido así. Hasta ahora nuestros responsables políticos no han comprendido el
significado real de un Museo de Ciencia y Tecnología en nuestro entorno, siendo
muy difícil acabar con los prejuicios adquiridos (o a lo mejor sólo esgrimidos)
alrededor de la idea de que éste es otro museo como los demás. Nada más lejos
de la realidad y por eso vamos a intentar de nuevo presentarles a ellos y a
ustedes, pacientes lectores (y a la postre electores), la idea de que a
diferencia de los otros museos que nos enseñan el pasado, un Museo de Ciencia y
Tecnología siempre tiene como misión principal prepararnos para el futuro.
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