Esas fuerzas como Vox son de extrema derecha, pero no
son el fascismo, como si estuviéramos en los años 30. Supone banalizar el
concepto y darle una trascendencia que no tiene
Nicolás Sartorius, Presidente de Fundación Alternativas.
Diario HOY, 5 diciembre 2018.
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Nicolás Sartorius es Presidente de la
Fundación Alternativas.
Diario HOY, 5 diciembre 2018.
Algún día tenía que suceder. Era un tanto insólito que en casi todos los
países de la Unión Europea hubiese partidos de extrema derecha y en España no.
En realidad, durante años esta tendencia ha estado cobijada y aletargada bajo
el manto del PP, hasta que ha despertado y organizado cuando se han dado
determinadas condiciones propicias y la vacuna ha empezado a perder sus
efectos. Después de 40 años de dictadura de derechas, España se había vacunado
contra esa infección a lo largo de varias décadas de democracia, pero no se
podía pretender que los efectos de la dosis duraran toda la vida y ahí tenemos
a la derecha extrema en forma de Vox. Han coincidido varias concausas para que
esta voz haya sonado con cierta agudeza.
De entrada, la pérdida del Gobierno por parte del PP y su débil actitud –a
juicio de los 'voceros'– a la hora de afrontar el intento secesionista en
Cataluña. Unido a lo anterior, la radicalización que ha producido en sectores
de la ciudadanía, sobre todo en la derecha, ese mismo fenómeno. No conviene
olvidar que es una constante histórica que los nacionalismos se retroalimentan
en la misma proporción en que se extreman. No es casual que Vox propugne la
desaparición de las autonomías, del Senado, del Tribunal Constitucional y de
todo aquello que huela a pluralidad. Luego, el rechazo total de los
inmigrantes, con medidas drásticas, poco imaginativas e importadas del
'trumpismo' americano, como levantar muros en Ceuta y Melilla. Se trata, en el
fondo, de las mismas recetas que encontramos en la francesa Le Pen, el italiano
Salvini, los alemanes de Alternativa por Alemania, el húngaro Orban o los
polacos del PiS, etc. Con la única diferencia, no menor, de que por estos pagos
el fenómeno no ha alcanzado todavía la extensión y profundidad de los ejemplos
mentados.
En todos los casos aparece una reacción nacional-populista contra una
globalización excluyente, hegemonizada por poderes y políticas neo-liberales
que han perjudicado a amplios sectores sociales. Lo paradójico del asunto es
que todas estas fuerzas proponen una política económica ramplonamente
neo-liberal al mejor estilo de la escuela de Chicago, que ya practicara en su
día Pinochet y compañía.
Sin embargo, cometeríamos un error si pensáramos que lo dicho hasta aquí
explicaría todo lo sucedido en Andalucía. Del descalabro del PSOE no es
responsable Vox. El que cientos de miles de votantes socialistas se hayan
quedado en casa es exclusiva responsabilidad del Partido Socialista. De un
lado, son casi 40 años gobernando el mismo partido sin que el resultado haya
sido especialmente brillante. Es evidente que Andalucía se ha transformado
mucho a mejor, pero no es menos cierto que las cifras de paro, abandono escolar
o renta por cabeza siguen siendo de las peores de España. Y no creo que les
haya beneficiado el ambiente de corrupción, clientelismo o enchufismo que ha
rodeado el largo proceso de los ERE. Cuestiones que a la izquierda no se le
perdonan.
Una vez más, la conjunción Podemos-IU no ha sumado, sino que ha restado
como ya sucedió en ocasión anterior, lo que debería llevar a alguna reflexión
crítica por parte de los afectados. El discurso radical anti-capitalista–sin
alternativa– y las complicidades con los partidos separatistas catalanes no
creo que hayan gustado a los electores andaluces y me temo que tampoco en el
conjunto de España. Las primeras manifestaciones de sus líderes no indicarían
que han entendido cabalmente lo sucedido. Situar el centro de la política en
una especie de frente anti-fascista, con el 'no pasarán' como consigna, me
parece un error de bulto. Primero, porque esas fuerzas son de extrema derecha,
pero no son el fascismo, como si estuviéramos en los años 30 del siglo pasado.
Supone banalizar el concepto y un desconocimiento de la naturaleza
violenta, liberticida y belicista del fascismo. Luego, porque supone darle a
Vox una trascendencia que, de momento, no tiene, y, supondría hacerles el juego
y poner a las fuerzas progresistas a la defensiva. Por último, sería una
incoherencia pretender formar un frente o alianza anti-fascista con partidos
–el PDeCAT entre ellos– que son muy de derechas, secesionistas y cuyo objetivo
es acabar con la Constitución, es decir, con la democracia realmente existente.
No olvidemos que el que mejor resultado ha obtenido ha sido Ciudadanos, partido
nacido en Cataluña y con un nítido discurso anti-secesionista. Porque el
eufórico PP ha perdido cientos de miles de votos hacia Vox y ya veremos si se
pone de acuerdo con Ciudadanos para articular una mayoría de Gobierno. Ambos
quieren presidir y no le será fácil a C's ir del brazo de Vox, perteneciendo al
grupo 'Lib-Dem' en Europa y apoyando a Valls en Barcelona. Muchas cosas veremos
en los próximos meses.
En mi opinión, el antídoto contra estas fuerzas que se extienden por Europa
reside en acentuar las medidas que conduzcan a una mayor cohesión social, una
mejor cohesión territorial y un funcionamiento perfeccionado de las
instituciones, y esto no se hace con fuerzas de la derecha nacionalista que lo
que pretenden es romper la unidad del país. No nos equivoquemos: el objetivo
principal de esta 'internacional nacional-populista' es acabar con el proyecto
europeo, y volver a las monedas y 'soberanías' nacionales, y este proyecto no
se defiende aliándose con partidos separatistas o populistas que de triunfar
volarían la UE. Por el contrario, conviene unir a las fuerzas democráticas,
progresistas y europeístas pues el gran reto, donde nos jugamos el futuro, de
verdad, es en las próximas elecciones de mayo al Parlamento Europeo.
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